Tuesday, November 15, 2005

El Prófugo

Hipnotizado por el sol del desierto que ya era casi fuego en su piel, sentía que cada movimiento le creaba una nueva herida en su cuerpo. Muchos días habian pasado desde que escapó de la muerte, pero lo que vivía era algo muy parecido. Caminaba y caminaba y sus ojos no tenian respiro de ver siempre exactamente lo mismo. Kilómetros y kilómetros de arena en todas las direcciones y su pierna le dolía luego de haber recibido los latigazos.
La noche no parecía llegar, pero en menos de lo esperado todo era sombras y silencio. Se durmió sobre su tesoro, ese mismo tesoro que casi le cuesta la vida, ese tesoro que lo hizo perder todas las otras cosas que quería. Al dormirse, sus sueños eran una pesadilla tan parecida a su realidad que despertar no lo salvaría del sufrimiento. Finalmente, lo negro pasa a rojo hasta que sus ojos se abren y vuelve a la realidad, pero también a su sueño, a su peor pesadilla.
A esas alturas la resignación era la encargada de manejar su mente y el miedo se habia quedado alvidado en aquella prisión, junto al martillo y los barrotes rotos en el piso.
En un momento una gran roca que era suficiente para hacerle sombra le sirvió de refugio y se encerró de nuevo, pero ésta vez en un lugar infinitamente gigante, su mente, la cual empezó a hacerle juegos. Primero se sumergió en culpas, que lo hacían lamentarse, luego en odio que lo hizo romper su tesoro tan preciado, luego en tristeza, que lo hizo llorar, hasta que la alegría de creerse libre lo hizo reir durante horas. Luego sintió pasos y voces, pero al levantar la vista no había nadie alrededor, al igual que en un principio, pero sin su tesoro.
Luego llegó la noche nuevamente y con ella de nuevo la resignación, las culpas, el odio, la tristeza y la alegría.
Pasados ya muchos días de su escape bajó al infierno y nunca se fue de ahi.